Así se titula una historia de Arthur C. Clarke, en la cual, tras el primer viaje al espacio, la humanidad entra en contacto con civilizaciones extraterrestres, pues el haber llegado al espacio significaba que la humanidad ya no era una carajilla, sino toda una señorita digna de ser presentada en sociedad (intergaláctica).
En el caso mío, el fin de la infancia es el haberme dado cuenta de que en la "cima de la montaña" no hay roca firme, sino un medio barro extraño, en el cual patino y si no me cuido, puedo caer sentado de culo. El panorama es como abrir los ojos bajo el agua: tengo idea de dónde estoy (esta no es una crisis de ubicación como en la adolescencia, sino una crisis de indefinición), pero no puedo discernir a qué distancia están las cosas, y a veces tampoco puedo discernir qué son las cosas. Puede ser que le esté tendiendo la mano a lo que yo pienso es un guppy, y en realidad es una piraña.
Extraño el tiempo que ya no va a volver, en el que las decisiones eran fáciles (para no decir obvias), extraño el sabor de la victoria cada fin de semestre, quisiera estar en un lugar nuevo cada 6 meses y que caer siempre en una malla de seguridad.
Pero ya no se puede.
