Empiezo por advertir que este artículo es poco objetivo, y está basado casi exclusivamente en mi experiencia personal, con todo lo que eso implica.
Mucha gente en América Latina suele ver a Norteamérica y a Europa para arriba. Yo tengo la dicha (dejemos eso en claro, me gusta estar aquí) de vivir en Noruega, donde en efecto hay muchas cosas envidiables. O eso parece.
A pesar de que usualmente mis gustos en cuanto a mujeres se acercan más a la mujer latina, he de admitir que en Noruega están las que, en mi humilde opinión, son las mujeres más bellas del mundo. Son casi increíbles, y son una buena porción del total de mujeres, las que son bellas.
Y no sólo son guapas, son femeninas, orgullosas de ser mujer, su "igualdad de la mujer" en la mayoría de casos no ha sido un argumento en contra de los tacones, las enaguas o el pelo largo, sino todo lo contrario, ha sido una reafirmación de la experiencia de ser mujer.
Sin embargo, la dinámica social es como cuando uno va manejando en un bosque, y se topa un venado parado en la carretera: al encender las luces, el venado o venados, salen huyendo y desaparecen de la vista.
Acá a uno se le termina haciendo costumbre ver diosa tras diosa incesantemente por las calles, pero es como ver un cisne volar: es obvio que se trata de una criatura hermosa, pero (casi) nunca, por (casi) ningún motivo, uno podrá tocar a ese cisne (como se podría tocar a un perro o gato, por ejemplo). Hay un límite que divide a la gente. En la analogía del cisne, el límite es físico: el aire; el cisne puede volar y uno no. En el caso de la dinámica social en este país, el límite, al menos para mí, sigue siendo un misterio. Sólo sé que entre cada noruego y noruega, y el resto de los seres humanos, hay una muralla invisible.
La próxima vez que hable mierda de Costa Rica, recuerde que hay lugares donde el sol no sale durante 6 meses.
The Job Application Tango
Hace 6 años