próxima parada: Melmac

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¿Hay problema, Willy?

jueves, 30 de abril de 2009

El país perfecto

Empiezo por advertir que este artículo es poco objetivo, y está basado casi exclusivamente en mi experiencia personal, con todo lo que eso implica.

Mucha gente en América Latina suele ver a Norteamérica y a Europa para arriba. Yo tengo la dicha (dejemos eso en claro, me gusta estar aquí) de vivir en Noruega, donde en efecto hay muchas cosas envidiables. O eso parece.

A pesar de que usualmente mis gustos en cuanto a mujeres se acercan más a la mujer latina, he de admitir que en Noruega están las que, en mi humilde opinión, son las mujeres más bellas del mundo. Son casi increíbles, y son una buena porción del total de mujeres, las que son bellas.

Y no sólo son guapas, son femeninas, orgullosas de ser mujer, su "igualdad de la mujer" en la mayoría de casos no ha sido un argumento en contra de los tacones, las enaguas o el pelo largo, sino todo lo contrario, ha sido una reafirmación de la experiencia de ser mujer.


Sin embargo, la dinámica social es como cuando uno va manejando en un bosque, y se topa un venado parado en la carretera: al encender las luces, el venado o venados, salen huyendo y desaparecen de la vista.

Acá a uno se le termina haciendo costumbre ver diosa tras diosa incesantemente por las calles, pero es como ver un cisne volar: es obvio que se trata de una criatura hermosa, pero (casi) nunca, por (casi) ningún motivo, uno podrá tocar a ese cisne (como se podría tocar a un perro o gato, por ejemplo). Hay un límite que divide a la gente. En la analogía del cisne, el límite es físico: el aire; el cisne puede volar y uno no. En el caso de la dinámica social en este país, el límite, al menos para mí, sigue siendo un misterio. Sólo sé que entre cada noruego y noruega, y el resto de los seres humanos, hay una muralla invisible.

La próxima vez que hable mierda de Costa Rica, recuerde que hay lugares donde el sol no sale durante 6 meses.

domingo, 12 de abril de 2009

Miedo de volar

Todo empezó en el momento indicado. Qué bien.

En vista de que mis señores padres se divorciaron por allá de 1984, y son de distinta nacionalidad, desde mi temprana infancia me vi en la situación de tener que viajar en avión constantemente para poder relacionarme con mis progenitores. La infancia y la adolescencia pasaron sin problemas.

Pero cuando llegué a la edad adulta (por ahí de los 25 años, digamos), empecé a tener un sueño recurrente: soñaba con accidentes aéreos. En mis sueños, siempre un día perfecto de verano tico se transformaba en una tragedia en la que muchas personas (pero nunca yo) morían al accidentarse un avión.

Ahí empecé a tener miedo de volar.

Una de las últimas veces que volé, me tuve que pasar todo el vuelo viendo por la ventana para sentirme más tranquilo (si volvía a ver para dentro del avión, me agarraba una ansiedad de mierda). Lo más tragicómico, es que ese vuelo fue a media noche.

Qué problema hacerse más viejo y miedoso. Sin embargo, he encontrado gente como yo y eso me hace sentir un poco mejor. A entrarle con güevos. Uno se vuelve supersticioso (por ejemplo, el último post en este blog lo escribí antes de ese viaje, y es una lista de deseos por si me muero), irracional (se agarra duro del sillón, seguro por si hay un accidente para que el cadáver no se desacomode), y hasta le agarran personalidades múltiples (en la jupa, uno recrea accidentes aéreos, como si hubiera un marciano o un gremlin cagado de risa de verlo a uno montado en pánico).

Oh Satanás...